Se calcula que la grasa debe suponer entre el 30 y el 35 por ciento de la ingesta total de energía para adultos y niños por día. Los principales componentes de todas las grasas son los ácidos grasos, que pueden ser de tres tipos: saturados, monoinsaturados o poliinsaturados. En este último grupo se sitúan los ácidos grasos esenciales que son el omega-3 y el llamado linoleico.
Cada uno de estos grupos de ácidos deben de aportar una determinada proporción de este 30-35 por ciento de energía. La grasa saturada es la menos recomendada y se encuentra en lípidos de origen animal que dan lugar a productos como la mantequilla, la carne o la bollería industrial, entre otros. Según los expertos, debería de suponer menos del 10 por ciento del aporte de energía y su consumo tendría que reducirse, ya que la ingesta abusiva de grasas saturadas favorece el exceso de colesterol en la sangre y aumenta el riesgo de padecer enfermedades cardiovasculares.
Los ácidos monoinsaturados, que por ejemplo se pueden encontrar en el aceite de oliva virgen, deberían aportar entre el 15 y el 20 por ciento de la energía. Por último, los ya nombrados ácido linoleico (presente en frutas, verduras o cereales, entre otros alimentos) y omega-3 (contenido principalmente en el pescado azul y en algunos aceites vegetales) deben aportar el cuatro y el uno por ciento de la energía respectivamente.
La ingesta de este ácido puede reducir hasta en un 30 por ciento el riesgo de enfermedad cardiovascular. Además, en este trabajo se señala que los ácidos grasos omega-3 también pueden ser fundamentales a la hora de prevenir diversos tipos de cáncer, enfermedades inflamatorias, pulmonares o de la piel, y se los define como «imprescindibles» durante el embarazo y la lactancia para un correcto desarrollo de la función nerviosa del bebé.
Omega 3 y corazón
Los omega-3 son unas sustancias que mejoran el perfil lípido, reducen la presión arterial y especialmente previenen la aparición de arritmias, que a veces conducen a muerte súbita. Según el doctor Pedro Mata, Jefe Clínico de Medicina Interna de la Fundación Jiménez Díaz y coautor de este Libro blanco, «tan sólo con seguir una dieta mediterránea con alto contenido en omega-3 se podría reducir hasta en un 70 por ciento la incidencia de la enfermedad cardiovascular». Aunque según el mismo doctor, España está lejos de seguir estos hábitos dietéticos sanos, y cada vez se encuentra peor para asumirlos. Un ejemplo de ello sería el hecho de que en los últimos años ha aumentado el consumo de grasas saturadas y ha sucedido lo contrario con las insaturadas, cuando se sabe que las primeras aumentan el riesgo cardiovascular y las segundas lo reducen.
En uno de los estudios que recoge el libro del Instituto Omega 3 se expone el caso de un grupo de pacientes infartados a los que se administraron 850 miligramos al día de ácidos grasos omega-3 junto con una dieta tipo mediterránea. Como resultado, se registró un 21 por ciento de reducción de la mortalidad total, un 30 por ciento de la mortalidad de causa cardiovascular y un 44 por ciento en el riesgo de muerte súbita cardiaca. A partir de estos datos debe leerse que los omega-3 alargan la esperanza de vida de los infartados. Además, disminuyen la presión arterial, la trigliceridemia y el colesterol LDL (el «malo»), mientras que aumentan el HDL (el «bueno»).
Procesos inflamatorios
En este sentido, los estudios indican que los omega-3 contribuyen a reducir la sintomatología de enfermedades inflamatorias como el asma, la enfermedad de Crohn, la artritis reumatoide o la neumonía bacteriana y viral. Además, puede mejorar la función pulmonar de las personas sanas, por ejemplo evitando la inflamación de estos órganos por la aspiración del humo de tabaco y de los agentes externos, y contrarresta el envejecimiento de los pulmones. También se han observado efectos beneficiosos del consumo de omega-3 en personas con eczema o con psoriasis, enfermedades de la piel.
Embarazo y lactancia
El consumo de estos ácidos poliinsaturados durante el embarazo y la lactancia se hace fundamental para el desarrollo neurológico y del tejido nervioso del feto. Además, los expertos afirman que su ingesta disminuye en un 2,6 por ciento el riesgo de desarrollar hipertensión asociada al embarazo. Estos ácidos también favorecen el crecimiento de los recién nacidos de poco peso ya que influyen positivamente en la maduración sensorial y mejoran el crecimiento así como las funciones posturales, motoras y sociales. También tienen efectos favorables en su desarrollo mental y de la agudeza visual.
Efectos anticancerígenos
Alrededor del 80 por ciento de los tumores malignos se deben a causas ambientales y a hábitos de vida incorrectos, por lo que muchos son potencialmente evitables. Según los expertos, una alimentación equilibrada, en la que se incluiría el consumo de ácidos omega-3, contribuiría a prevenir el cáncer de mama, colon y próstata. Además, con este tipo de alimentación también se puede reducir el riesgo de metástasis en pacientes enfermos de cáncer, ya que contribuye a dificultar la movilidad de las células cancerígenas.
Por otro lado, según lo recogido en el Libro blanco de los Omega 3 , estos ácidos grasos tienen la capacidad de reducir el crecimiento de células cancerígenas humanas y de recuperar el sistema inmune de las personas afectadas por diversos tipos de cáncer.
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