La tortícolis congénita es una afección que se presenta en los bebés desde el nacimiento. Se caracteriza por una contractura muscular en el cuello que limita el movimiento de la cabeza del bebé. Como resultado, el bebé tiende a mantener la cabeza inclinada hacia un lado y la barbilla girada hacia el lado contrario.
Tortícolis congénita: ¿cómo se diagnostica?
La tortícolis congénita generalmente se diagnostica durante la exploración física del recién nacido. El pediatra observará la postura del bebé, palpará el cuello para detectar cualquier bulto o tensión muscular y evaluará el rango de movimiento de la cabeza y el cuello. En algunos casos, se pueden solicitar pruebas de imagen, como una ecografía o una radiografía, para descartar otras afecciones.
Tortícolis congénita: causas y tratamiento
Existen dos causas principales de tortícolis congénita: la posición intrauterina y la tortícolis muscular congénita. La posición intrauterina se refiere a la posición que adopta el bebé dentro del útero materno, lo que puede provocar un acortamiento o tensión en los músculos del cuello. La tortícolis muscular congénita, por otro lado, se debe a un acortamiento del músculo esternocleidomastoideo, que se encuentra en el cuello y conecta la cabeza con la clavícula y el esternón.
El tratamiento de la tortícolis congénita generalmente implica fisioterapia y cambios posturales. La fisioterapia ayuda a estirar y fortalecer los músculos del cuello, mientras que los cambios posturales ayudan a corregir la posición de la cabeza del bebé. En casos más graves, puede ser necesario el uso de un collarín cervical o incluso una intervención quirúrgica.